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ALMAS ARDIENDO

ALMAS ARDIENDO

Autor: Lèon Degrelle.

Prólogo de José Luis Jerez Riesco

1ª edición, Tarragona, 2014.

20×13 cms., 160 págs.

Cubierta a todo color, con solapas y plastificada brillo.

LI0306VLC
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Párrafos iniciales [José Luis Jerez Riesco]

Prólogo [Gregorio Marañón]

CORAZONES VACÍOS

Agonía del siglo

Vida recta

 

MANANTIALES DE VIDA

La tierra original

El corazón y las piedras

La carne que despierta

La vocación de la felicidad

Pascua de Navidad.

 

LA CONGOJA DE LOS HOMBRES

Los ciegos

Huellas de dolor

Los santos

Crucifixión eterna

Nadie

Haber amado mal

 

LA ALEGRÍA DE LOS HOMBRES

Fuertes y duros

El precio de la vida

Renunciación

El poder de la alegría

Soñar, pensar

La paciencia

La obediencia

La bondad

Beata Solitudo

Grandeza

 

SERVICIO DE LOS HOMBRES

Los grandes ejercicios

Domar los corceles

El cielo apocalíptico

Luces

Intransigencia

Nuestra cruz

 

EL DON TOTAL

Reconquista

Escuadrillas de almas

Cimas 

 

Orientaciones 

«El título de la obra Almas ardiendo es la simbiosis perfecta de dos conceptos primordiales: el alma humana, principio espiritual de nuestra existencia, el aire purificador, el aliento interior y el fuego, otro de los cuatro elementos que proporciona esplendor, calor, pasión, vigor, luz y amor. El poeta latino Virgilio, en una de su más perfecta síntesis de las corrientes espirituales de Roma, dejó escrito aquel quamtum ignes animaque valent, es decir, cuánto pueden el fuego y el aire agitado, o lo que es lo mismo, las almas ígneas. 

Un cuerpo sin alma no es más que un hombre desalentado, flojo, cobarde y perezoso. El alma, por su dimensión espiritual, es el contrapunto de lo corporal y de la vida material. Incluso el fuego necesita del viento para no extinguirse y su fuerza calcinadora, sin el aire, queda reducida a pavesas y cenizas sin posibilidad de rescoldo. 

El fuego es la chispa que Prometeo robó a los dioses y la infundió en el alma de los mortales para que fueran, desde entonces, custodios del fuego sagrado tras recibir la enseñanza del arte de la vida iluminada por el rayo incesante, por el relámpago que nunca languidece. El alma, quintaesencia del hombre que le hace entender, querer y sentir, desde su dimensión sobrenatural participa de la inmortalidad de la luz. La llama vigoriza al alma ardiente y por eso Léon Degrelle, con la poesía, la épica y la mística de su verbo inspirado, con su espada flamígera, intentó, por medio de este libro, insuflar el incendio cósmico de las almas dormidas y sin respuesta para aportarles claridad, aquella que sólo puede ser trasmitida por el portador de la antorcha…»  

[del prólogo de José Luis Jerez Riesco]

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